miércoles, 16 de noviembre de 2011

John Donne

Una despedida: prohibido el duelo

Tal como los hombres virtuosos tienen plácida muerte,
y le susurran a sus almas que se alejen,
mientras algunos de sus tristes amigos dicen
"Oh, es su último suspiro", y otros dicen "No";

Así derritámonos, sin ruido alguno
ni torrentes de lágrimas, ni tempestades de suspiros,
sería una profanación de nuestra alegría
proclamar el laicismo de nuestro amor.

El temblor de la tierra trae temor y daño,
los hombres saben lo que pasó y su significado,
mas la trepidación de las esferas,
aunque mucho mayor, es inocente.

El torpe amar de amantes sublunares
(cuya alma es sólo sensación) no puede admitir
la ausencia, porque ésta quita
los elementos que lo fundamentan.

Pero nuestro amor, tanto más refinado
que ni aún nosotros sabemos definir,
mutuamente a salvo en nuestras mentes,
no extraña los ojos, los labios o el tacto.

Nuestras almas, entonces, que son una,
aunque habré de partir, sobreviven no sólo
una ruptura, sino se expanden,
como el oro golpeado se transforma en aérea delgadez.

Si es que son dos, son dos tan firmes
como las gemelas piernas del compás;
tu alma es la fija, y no se mueve
salvo cuando la otra lo hace.

Y aunque se quede fija en el centro
cuando la otra vaga lejos,
ésta se inclina para escucharla atentamente
y se yergue cuando la otra retorna.

Así serás tú para mí, que debo
como el segundo pie, correr oblicuo;
tu firmeza hace mi círculo perfecto
y me hace terminar donde empecé.

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